Por: Teresa Santillán Valqui
Luego de mi regreso a Cajamarca de Chachapoyas, sentí que me faltaba algo importante que allá no había hecho. Y en efecto, me faltaba la conexión con la tierra y toda la naturaleza, con la mama pacha, mama killa, wayra y yacu[1]; los cuales habían sido tan generosos con mis abuelos, sin embargo no lo sentí, debido quizá a una negligencia mía.
Como todas las tardes nos encontramos con Ricardo, y después de tiempos decidimos visitar a los amigos de la academia quechua. Ellos, que habían sido una parte importante en nuestra vida, pues nos ayudaron a comprender un poco más la situación en los lugares alejados de la ciudad. Ese día nos invitaron a dar un paseo por el cerro Hualgayoc, sin pensarlo dos veces aceptamos, ya habíamos ido antes y no teníamos ningún problema en volver, al contrario lo deseábamos férreamente, eso creo.
Al día siguiente llegamos increíblemente a tiempo, al INC. Pero aun no había llegado el profesor Dolores. Él nos enseño el dialecto quechua. Cuando llegó, nos dijo que íbamos a ir con un amigo suyo de la capital, eso ya lo sabíamos, lo que nos causo impresión fue el aspecto del actor, era algo descarnado, su rostro delataba sus raíces indígenas, al igual que su cabello largo azabache. Se presento con el apelativo de Kuntur, seguido de un nombre que no recuerdo.
En el camino hasta alto Chetilla, lugar donde se encuentra el Apu Hualgayoc, conversamos sobre temas relacionados a la espiritualidad de las cosas, de volver a nuestras raíces. Nos sorprendió cuando Kuntur menciono que en la Universidad San Marcos se había dejado de lado las discusiones sobre Marxismo, Trotskismo o sobre partidos políticos de derecha e izquierda. Ahora se acaloraban las conversaciones, en cuanto si seguimos bajo el camino ininterrumpido de la hegemonía occidental; visto este desde todos los puntos de importancia tanto económico, social y político o, si sería necesario regresar al Tawantinsuyo.
Particularmente pensé que se trataba de una broma, o de las sandeces de este tipo, pero cuando nos dijo que ese día íbamos a hacer nada menos que la refundación del Tawantinsuyo en lo alto del Hualgayoc, y que empezaría por el Collasuyo en uno de los lugares más importantes, Cajamarca. Me quede pasmada con una sensación entre inquisitiva, y algo emocionada. ¡Íbamos a ser personas de leyenda como Manco Capac y Mama Ocllo o como los hermanos Ayar!
Nos enseño algunas de las indumentarias que traía para realizar el rito y una de las cuatro varillas que irían enclavadas en cada Suyo, como muestra de la famosa refundación. Sin dudar para nosotros era un hecho histórico.
Cuando llegamos, nos preparamos para subir ese grandioso cerro que desde la carretera parecía tan empinado y accidentado. Iniciamos la caminata acompañados de fuertes vientos, que desaparecieron al poco tiempo de hacer un pequeño ritual de permiso. Aunque Ricardo indicó que eran lo árboles los que nos protegían. Parecía que hace mucho tiempo nadie había subido a este Apu. El camino había desaparecido a causa del gran tamaño del ichu, el crecimiento de los árboles y de plantas espinosas, estas últimas con las que me lleve muy mal en ese viaje. Pero para poder llegar fuimos por donde nuestro instinto nos llevo, recordando vagamente por donde fuimos la primera vez.
Éramos seis personas, yo era la única mujer, pero no me hacia problemas para subir (lo que si me causa problemas siempre son las bajadas). Tuvimos que cogernos de todas las ramas posibles. Yo iba detrás de Kuntur y detrás de mi estaba Ricardo, siempre cuidándome con ese afecto entre paternal y amoroso. Kuntur era algo torpe para movilizarse en el campo. Así que decidí esperar que suba para luego ir yo, pues daba la impresión que en cualquier momento iba a caer sobre los cuatro que estábamos detrás, pues la cuesta empinada ocasionó que trepáramos en fila india, impidiendo que subiéramos rápidamente.
En la cima del Apu, luego de un corto descanso iniciamos la ceremonia. El pago a la mama pacha, con una mesa llena de frutas --que con Ricardo pecaminosamente queríamos comer, pero que conscientes de donde estábamos no lo hicimos; pues pensábamos que el cerro con su poder, podría hacer que nos cayéramos. Así que lo pensamos bien y nos quedamos de hambre hasta bajar--, también habían flores aromáticas, ricos caramelos, además de la tradicional coca y chicha de jora.
Inició el profesor Dolores en runa shimi “Tayta Inti, mama pacha, mama killa, mama coya, turi wayra, yanasa yurakuna, a yaya…” mencionando a todos los astros, cerros que rodean Cajamarca y naturaleza, agradeciendo lo bueno, pidiendo que se solucione lo malo, implorando bendiciones por cada uno de nosotros, actitud que todos agradecimos.
Lo que sucedió en el transcurso de la bendición de la mesa, creo nos motivo a todos. El viento empezó a silbar con ritmo y hasta me atrevería a decir, con una dulce melodía que respondía nuestras peticiones cantando al compás de los instrumentos que tocábamos. Luego increíblemente vimos que sobre nosotros sobrevolaba una impetuosa águila, que nos cubría con sus colosales alas. Esto sucedió por dos oportunidades.
En el cielo no había nube alguna. La neblina que nos habíamos acostumbrado a ver con Ricardo en cada paseo que hacíamos a Chetilla, había desaparecido. Así que desde ese majestuoso otero, veíamos a todos los cerros, observando en el horizonte como estos se perdían en un juego de colores entre verdes y pardos.
El momento más legendario en estos tiempos sería al final del ritual, donde clavaríamos una de las varas que mencione en un principio, refundando el Collasuyo.
Luego de enterrar las ofrendas, incrustamos esa vara cogida por todos los que estuvimos allí (excepto los que estuvieron grabando desde que partimos de Cajamarca) concentrando nuestras energías en esa vara que poco a poco bajábamos. Sin duda eso sería leyenda, parte de la historia que todos en adelante deberían de estudiar o, anécdotas que contaríamos a nuestros hijos y nietos.
Llegada la hora de partir, di un profundo suspiro al ver el camino de regreso, pues si la subida había estado un tanto complicada, la bajada iba a estar peor. Por esto decidí ir al final, por precaución. Teníamos que buscar ayuda en la plantas, en un mal paso ellas nos sostenían.
El cerro Hualgayoc es muy respetado en Alto Chetilla, por su poder y por la historia que guarda en sus entrañas. Ahí se han encontrado tumbas perfectamente elaboradas en piedra de forma rectangular, unas en el suelo, cubiertas con piedras lisas y otras en lo alto, como empotradas en el cerro y de difícil acceso. Las que pudimos ver estaban vacías. La gente dice que es a causa de brujos maleros. Las pocas momias que pudieron ellos encontrar, fueron llevadas al colegio de la comunidad para su exhibición.
Quizá Hualgayoc haya sido el lugar de reposo eterno para los gentiles, un terreno ajeno al que no debimos entrar, o un secreto que se revela a ultratumba. Eso fue lo que mostro el Apu en la refundación que hicimos, lo inédito de una situación, que se descubre al alba de las ideas de volver a lo histórico. Satisfecha por el sólo hecho de estar ahí, regresábamos sintiendo los golpes del viento en la cara, y molestos dolores de rodilla al bajar. Imaginábamos con Ricardo que ese sería un lugar perfecto para evitar alguna emboscada, un lugar sagrado al que tendríamos que volver.
[1] Mamá tierra, mamá luna, aire y agua – quechua cajamarquino.
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