lunes, 31 de diciembre de 2007


Visita a un pueblo... Michiquillay Cajamarca


Las letras que a continuación se dibujan, no tratan ser un ensayo o un artículo periodístico, sino más bien una visión sencilla de un visitante a un pueblo inalienable, imprescriptible e inembargable.

Michiquillay, el pueblo del que se tratará en estas sencillas líneas, se encuentra enclavada en los cerros del Distrito de la Encañada, a un tiempo de viaje de una hora y media aproximadamente de la ciudad del Cumbe. En él, se cuajan una serie de colores, impregnados no sólo en la naturaleza, sino en el rostro mismo de la ciudad.

Desde la salida, realizada el miércoles 25 de julio, me atrajeron los colores que se desprenden desde las entrañas de la ciudad y que por motivos del mismo viaje traté de pensar que significaba.

En el mismo paradero lograba advertir una serie de colores metálicos, escandalosos por cierto, pero con marcadas diferencias: unos eran colores centellantes muy luminosos, mientras otros opacos y sucios, los primeros, conjuntamente con los dueños reflejaban las luces del sol contra los segundos.

Esto nos lleva a cavilar sin tanta mesura la diferenciación que existe entre los unos y los otros, la diferencia económica, dando valor a las teorías de las clases sociales, y aún más remarcando la lucha de ellas.

Muestra al ojo cauto que una de las brechas que separa al proletariado y a la burguesía, es la de oportunidades de desarrollo (una entre tantas) que la última se niega dar a la primera, no por ser el ente rector de brindarlo, más bien por individualismo frenético que llevan en sus venas.

Tuve la suerte que un color opaco y sucio fuese el medio de transporte hacia el pueblo a visitar. Ello me hizo distinguir y sentir en que condiciones viaja la mayoría de personas en Ciudad del Cumbe, sin las comodidades mínimas para poder mantener una buena postura luego de terminar un viaje. Hay del dicho, que árbol que crece torcido jamás endereza, cierto después de viajar unas horas, mucho me costó por volver a mi posición correcta.

Los colores cambian, ya no son impetuosos o triste colores metálicos, sino de una naturaleza que se niega morir pese a las torturas sometidas por el hombre, no negaría que los colores de esa naturaleza eran muy bonitos, pero con la desgracia que varios dueños de esos colores siguen siendo los mismos hombres burgueses que al inicio del viaje reflejaron la luz del sol sobre el proletariado.

El camino hacia Michiquillay muestra un exquisito panorama, en cual se mezclan y entrelazan los cultivos característicos de la zona de sierra del Perú: la papa, el trigo, la cebada, entre otros y, que para variar de tono están mal manejados agrícolamente.
¡Pobre campesino despojado de su legado incaico y siéndole negado la tecnología occidental!
La magnífica visión de una naturaleza pura se ve, ya, contaminada por la mano de personas que, según ellas, traen desarrollo.

A lo largo de los kilómetros que separa al distrito de la Encañada de Cajamarca, es curioso apreciar que ahora a las papitas, al maicito, al triguito y a la oquita les reemplacen sembríos de tráileres y aún más de máquinas extrañas que los niños se asombran y asustan al verlas, pero sin dejar de desear manejar una ellas.

Unos días antes, de mi viaje, un profesor me dijo: “así comenzó todo por Porcón, igualito; me dijeron que me traían el desarrollo que iba a comer mejor, con ellos se abrieron tiendas y comenzamos comprar fideos y dejamos de comer papas, ocas, trigo y al poco tiempo muchos resultaron con la diabetes”…

¿Serán los últimos años de la Encañada de cómo lo estoy conociendo y como lo conocieron mi familia que ahí vivían, que pasará con Polloc, Polloquito y la misma ciudad distrital?
Hace mucho frio –ya estamos en la ciudad de la Encañada- la gente se ve distante, temerosa como es natural en más de quinientos años de invasión.

Al pasar por el pueblo se logra percibir un grandísimo coliseo taurino con una capacidad para treinta mil personas (tal como me habían dicho antes) orgullo digno para una ciudad de diez mil personas. Eso es resultado de que los medios para desarrollarse son deficientes y se ve reflejada en autoridades sin conocimientos para desarrollar proyectos sostenibles ni con visión de poder medir índices de pobreza.

Estando muy cerca de la comunidad indígena, se aprecia los trabajos apurados de los empleados de contratistas que están ensanchando la carretera hacia la urbe shilica (Celendín), y que muchos piensan que es por la buena voluntad de los empresarios, desconociendo que la ley, les está exigiendo, por el poco conocido Fondo Empleo y que por suerte de Dios para ellos justo viene a pasar por la comunidad que tiene en su subsuelo el valioso oro.

La comunidad Indígena (Michiquillay) es un pueblito no fuera de lo común, con pastizales verdes, unas cuantas tiendecitas, un colegio, y casa de los comuneros y como para no salir de lo común vale mencionar que también cuenta una pequeño campamento minero abandonado, prefabricado, una pequeña lagunita de relaves y que a cien metros alrededor no crece ni ponzoña, y por cierto unos pequeños huequitos en sus cerros en los cuales podrían entrar sin apretujones toda la comitiva portátil de Alan García. Todo esto sucediendo en pleno siglo XXI con la globalización en su más arduo esplendor.


Es verdad que al vivir en un estado de derecho, el cuerpo normativo debe ser respetado pues nace del pacto social entre el pueblo y el estado, pero poco o nada de importancia le damos a estas dos premisas y cabe más, el de no entender estas palabras que tienen un implicancia intrínseca en nuestras vidas. El pueblo de primera parte somos todos los habitantes y el estado existe gracias a nosotros que para institucionalizarlo es que tenemos que conceptualizarlo de esta manera en mundo objetivo. Nosotros como sociedad civil estamos en nuestro derecho de reclamar, ¿pero cómo hacer un reclamo?, entiendo este término como la acción de solicitar que nuestros derechos no se vulneren, pues es sencillo ORGANIZÁNDONOS.


Lamentablemente muchas de las cosas habladas y vistas en tal viaje ya no se pueden ser escritas por falta de memoria mía.

Concluyo incoando a levantar las voces de protesta en favor de los pueblos, para que nuestros derechos sean respetados, para vivir dignamente con carreteas que duren todo el año, con servicios esenciales para una vida digna y puestos en ese dilema diremos que al César lo que es del César y al pueblo lo que es del pueblo, pues en aras de la verdad y la justicia inclusive la ley debe de desafiarse.
Por Ricardo León A.